En Pisaq jugamos a la casita en una casa en construcción semi abandonada. Hacíamos un fueguito para cocinar y poniamos la carpa en el único cuarto donde no se llovía.
Yo tenía un poco de miedo a que venga el dueño, aunque no creía que fuera a tener mayores problemas con nosotros porque no estabamos haciendo nada malo, pero mucha gente venía a reclamarle deudas y eso me dejo un poco mas tranquila, ya que algo me decía que no iba a venir...
Nos habremos quedado unos 4 días, esperando que nos vaya mejor en la feria, pero la verdad nuestro paño era muy microbio y no tenia comparación con los tremendisimos paños de macramé que veíamos por todas partes. Legamos a vender lo justo y necesario para comprar todo lo que necesitabamos: un aceite pequeño y un encendedor. Pero intercambiabamos artesanías por comida y comimos bien.
Una señora de un comedor nos dio un montón de arroz con atún :).
Mati fue a intercambiar a un pueblo que quedaba atras de nuestra casita, llamado Taray, y le dieron unas papitas y pan, pero una señora le dijo que no podrian darle mucho en ese pueblo, ya que hacia un año habian sufrdo un Huayco (avalancha de barro que baja del cerro, causada por las fuertes lluvias) y no tenian nada. Siete personas habian muerto y lo único que había hecho el gobierno fue darles una carpa a cada familia para que duerman alli, con letras bien grandes que decian "DEFENSA CIVIL". Pero la gente necesita más que eso. El gobierno del Perú, se olvidó por completo de Taray, después de darles las carpas y sentir que habían cumplido.
Si hay algo importante que sucedió en Pisaq, fue volver a ver a Pepe, un salvadoreño que tenía la misma idea que nosotros de entrar al Machu Pichu. Lo encontraríamos nuevamente en Ollantaytambo y por supuesto, en el tan deseado Aguas Calientes.
Nos fuimos de Pisaq sin un sol, pero con ganas que crecían cada vez más, ganas que daban fuerza, y que eran nuestro gran motor para alcanzar la meta.
Hicimos dedo y un colectivero nos levantó y nos llevó hasta Calca (viste que sí se puede gratis).
Alli conocimos a Reyner, un amigo que nos dejó poner la carpa al lado de su casa. Reyner tiene alma de viajero pero todavía no lo sabe mucho. Trabaja en construcciones como su padre y se tomo un año sabatico de los estudios porque necesitaba pensar sobre su vida. Yo creo que nuestro paso por alli le vino bien para recordad que puede hacer lo que sienta que quiere hacer de su vida, lo que sea que lo haga felíz y no necesariamente tiene que ser aquello que le impusieron.
Reyner y su familia nos invitaron un riquisimo plato de comida y un matecito con manzanilla que recién arrancaban del suelo y asi nos quedamos hasta tarde escuchando la leyenda de Unu Urco, el barrio donde estabamos, hermosamente interpretada por Reyner.
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